Ella se irguió en el promontorio
y, en blando desafío,
en receptiva entrega,
cerró los ojos y ofreció su cuerpo
al suave flagelo,
a la daga tierna,
a los sabios dedos,
al primordial masaje
del viento.
Y con la mente en blanco
(más bien en colorido lienzo)
se dejó llevar
hasta la plena conciencia,
hasta su pleno centro.
— DHB
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