Cavilaciones de Hildo Cayuqueo

Aquí el abuelo
del abuelo de mi abuelo
se hizo piedra,
tierra y pastos.
Filtró con las lluvias su memoria
hasta las napas más profundas
retornando al germen de su historia.

Aquí la madre
de la madre de mi madre
de niña corrió por las laderas
de este paisaje, testigo de los títulos
que el dios silvestre,
legitimado en siglos
de equilibrada permanencia,
otorgó naturalmente
a este pueblo curtido por el viento,
el sol, la nieve
y las matanzas
de la invasión salvaje y extranjera.

Aquí resistió esta raza
mientras pudo, como pudo,
la imposición de credos y costumbres,
lenguajes,
mezquindades pintadas de progreso;
conservando,
aún en el mísero aislamiento,
aún ante el despojo consumado,
ante la indiferencia ruin
del asistencialismo,
ante la humillación
de negocios y casas de descanso
bautizados
con nombres que pretenden evocarlos;
conservando, pues,
la inocencia de los pájaros,
la tenacidad parca de las maras,
la dignidad del cardo.

Aquí, ahora,
con la legalidad obscena de los bárbaros,
cercan cerros, bosques,
cercan lagos,
esgrimiendo papeles impregnados
en sangre de mis ancestros,
manchados por la tos tuberculosa
de mis hijos,
de mis hermanas y hermanos.

Aquí y ahora yo pregunto
¿puede una jaula atrapar al viento?
¿puede el sol encerrarse en un cacharro?
¿quién puede decirle al monte
que ahora tiene dueño?
¿cuánta leña precisan sus hogares?
¿cabe en alguno de sus bolsillos
la inmensidad del cielo?
¿puede alguien reclamar, acaso,
la patria potestad de los elementos?
¿cuánto de eso uno se lleva
en el minuto postrero?

Pregunto y no hay respuestas,
porque a los ojos de los usurpadores
no existo,
no soy siquiera viento.
Para ellos no produzco ni silencio.

Y allí están,
mis abuelas y abuelos,
acercándose centímetro a centímetro
en la lenta progresión de los glaciares,
mirando
desde la fría transparencia de los hielos,
desde el ojo profundo de los lagos,
desde la zumbante planicie de la estepa
y las austeras faldas de los cerros,
cómo la falta de respeto
al agua, al árbol, a la tierra,
a todas las entidades que allí habitan,
se instala, se acrecienta,
se afianza y multiplica.
Y el grito mudo de su pena,
como un viento que a su paso
agita arenas milenarias,
va entristeciendo al desierto.

DHB
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