Cervecita y mortadela

En los fierros calientes de la torre
de la destilería,
mugroso por el óxido y la grasa,
Fernández sonreía.

Faltaba poco para el fin del turno
y el chabón parecía
que iría de paseo al paraíso
a fumarse la vida.

“Ahora llego a casa, y en el fondo,
abajo del ligustro,
me pongo mortadela y cervecita
y ¡a disfrutar a gusto!”

Con un ademán dibujó en el acto
el pan sobre la mesa,
los anillos brillantes de los vasos
mojando la madera…

y saltó como un gato a mi nariz,
sencilla y grata fiesta,
el picor tan fragante de ese fiambre
hoyado de pimientas.

Frotándose las manos satisfecho,
ese operario tosco
de uñas percudidas y piel dura
desbancó a los filósofos.

Con un cacho de pan, una rodaja
del fiambre proletario,
y un vaso de cerveza bien helada
fue feliz sin buscarlo.

DHB
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