La gran farra


El día que me muera no me lloren,
ya en vida me han llorado los que he herido,
ellos festejarán con fundamento
mi huida de este mundo y su olvido.

Festejen mi partida como ellos
aquellos que, indulgentes, me han querido;
festejen, pues retorno al origen
de todo lo por ser y lo que ha sido.

Mi desintegración será integrarme
y en mi deflagración seré absorbido
por el humus nupcial que vendrá a darme,
en cósmico esponsal, tierra y abrigo.

Arrójenme en el monte, en la ladera
de un cerro o en el cauce de un arroyo
en donde un enjambre de bacterias
se sacien con mi carne y mi meollo.

O en medio de la selva, donde acaso
yo sea el alimento de las crías
de aquél yaguareté ya casi extinto,
reforzando su sangre y su porfía.

Festejen, les repito, y no me jodan
con lúgubres lamentos ni con llantos,
armen una bailanta atronadora
poblada de guitarras y de cantos,

pues volveré a la luz, no merecida
tal vez, o acaso sí, pero no importa,
mi esencia y la de todos han de unirse
en el final de esta carrera corta.

Con una despedida alegre y vasta
festejen el inicio de ese viaje,
ondeen sus pañuelos con adioses
y besos que serán mi único traje.

El último suspiro el primer paso
será de otra carrera aún más larga,
donde el río eterno de la vida
habrá de transportarme a otras comarcas
incógnitas, pobladas de esperanzas,
de luces y de nuevos nacimientos,
interminable ciclo de eclosiones
y destrucción, base del universo.

Entonces, cuando llegue ese momento,
armando alegremente una gran farra,
despídanme en el muelle de la vida
con vino, bandoneón, bombo y guitarra.

DHB
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