(La rosa del desierto)
Sola y erguida en su granal lecho
sangrando sus rocíos
resiste a los alientos del desierto
indiferente al sigilo
de escorpiones y áspides
con sus mínimas dagas se aquilata en su esencia
guardiana de su sombra
con los bordes de sus hojas
resecos y dolientes
permanece
hierático estandarte de lo bello
no sucumbe
al viento que pretende
esquilmar sus húmedas memorias
le opone el beso de sus pétalos
que, si,
más tarde,
irá soltando como bermejas cartas
para los ojos del olvido
tiembla y se mantiene
y en solitaria lid será heroína
diciendo ¡NO!
a los embates calcinantes de la arena
y morirá
tal vez
arrastrando el punzó de sus heridas
por la piel agresiva de las dunas
dejando un rastro indeleble
marcando la ruta del deseo.
— DHB
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