El solitario es eso, no hay que ahondar mucho en el tema. Un ser retraído, esquivo, enquistado, con algunos brotes o ramificaciones que a veces lo conectan con los demás o con la realidad (la otra, ya que él tiene la propia), pero que no hacen a su esencia. Conexiones para no sentirse ajeno a todo, excluido, paria, o para una relación políticamente correcta que no ofenda al prójimo.
Pero hay momentos en que el azar provee chispazos de profunda comunicación. Y, como chispazos, iluminan y desaparecen. Sólo un breve instante de unión sináptica, espiritual, con algo o alguien, y que queda grabado en ese rincón nuestro al que nadie llega, esa entraña del alma que se atesora y se protege.
Yo he tenido tres o cuatro de esos momentos, con personas, con situaciones abstractas, con la naturaleza. Son como fotos que cada tanto rescato y miro con cariño.
Uno ya lo relaté en Adrianita, un instante de mi infancia que permanece cálidamente en mi memoria. Un pasaje de silvestre ¿amistad? que duró… minutos, días, quién sabe, a los seis años de edad uno tiene una relación extraña con en tiempo.
Ahora una canción (como siempre, la música, guardiana y promotora de la memoria) me recordó una escena de mis quince años, en la secundaria. Estábamos en el gimnasio/salón de actos del colegio preparando no sé qué cosa, había alumnos de segundo y de tercer año. Yo estaba sentado al borde del escenario canturreando quedamente (sólo para mí) El show de los muertos, de Sui Generis
“Yo crecí con sonrisas de casa,
cielos claros y verde el jardín
¿y qué estoy haciendo
aquí, en esta calle, con hambre?
¿Cuántas veces tendré que morir
para ser siempre yo
y no ése que duerme tranquilo
después de asesinar sin saber
y ríe en su casa
con el cuerpo limpio de muertes,
sólo con su propia muerte
pequeña, trivial,
en su espalda?”
Y de la nada, desde atrás, se acercó Milena, con quien tenía un conocimiento pero no una amistad, y terminó conmigo la frase “en su espalda”. No recuerdo si permaneció un momento a mi lado o si completó la frase y siguió su camino. Evidentemente me había estado escuchando y la canción le gustaba pero ¿qué la impulsó a ese acercamiento? Reitero que no éramos amigos, sólo nos veíamos en el colegio y no estoy seguro si ya estaba noviando con mi mejor (bah, único) amigo, de cualquier modo, no teníamos una relación cercana.
Por supuesto que reina el subjetivismo al palo en estas sensaciones, pero la conexión con alguien con quien no tenía una relación estrecha existió. Efímera, fugaz, mínima. Y cálida. Y así la conservo.
Chispazos.
— DHB