Aquellas siestitas de verano

Persianas y cortinas bien cerradas
aislándonos del resto de la tarde,
cuando el sol mantenía sus alardes
de risas suspendidas y vedadas.

El silencio crecía con el paso
del reloj rengueando sus segundos
y parecía detenerse el mundo
cuando llegaba el provisorio ocaso.

Zumbidos de heladeras vigilantes
trepaban lentamente hasta el cenit
de habitaciones con olor a Flit
y susurros guardados en estantes.

La boca y los mofletes deformados
por almohadas de siestas agobiantes
era el mohín de todos los infantes
cuando el sueño, por fin, hubo llegado.

La siesta, institución inevitable,
castigo cotidiano y divertido
de risas y murmullos contenidos
en las umbrías pausas de las tardes.

DHB
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