Encendida en el vano de la noche,
flamígera y mortal,
las ascuas de tus ojos me calcinan,
hoguera nocturnal,
y es la copa nociva de tu boca
mi destino final.
Tus alas membranosas
despliegan su arco iris de misterio
y vas sobrevolando
el prado florecido de mi lecho
como rapaz centella
que apunta a lo inflamable de mi pecho.
¡Oh, ave del deseo, que incendiada
abreva en mi silencio,
devorando con ansia redentora
cenizas que otros fuegos
sembraron sin piedad en mi memoria,
encendeme el recuerdo!
Yo te ofrendo mis vísceras
resecas y el betún de mi cerebro,
mis ojos panorámicos,
curiosos, y la nada de mi verbo,
para iniciar con ellos
las fogatas gestadoras de Los Tiempos.
Hincá lascivamente tus colmillos
quemantes en mi cuello,
hurgá en mis entrañas con tus garras
candentes como Helios
y que tu lengua vuelque en mi garganta
todo su cruel veneno.
Quiero morir así,
humeando en la ponzoña de tu aliento,
quemándome en tus brazos
como entregan sus carnes los maderos
al ritual del fogón
atizado por sombras y por vientos.
En esta ceremonia, hada en furias,
vestal en llamaradas,
sucederá el milagro, donde el fuego
restaurará mi alma,
o me consuma entero, y mi pasión
renazca en brutal nada.
Pero algo quedará de este aquelarre,
quizá nazca una nueva criatura
de tiernas ramazones y voz nueva,
de verde y aromática frescura.
O el humus de cenizas generosas
troque su gris resabio por negrura.
Yo besaré tus labios
y vos, sapiencia pura,
acíbar o dulzura
darás en fallo sabio.
— DHB
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