Me puse a ver una película que no vi en su momento (hace apenas 52 años), las chicas de mi edad (o por ahí) la recordarán: Melody. 1)
Aún con los parámetros de degustación cinematográfica de hoy sigue siendo una linda película.
Estrenada en el 72 (yo con 13 años. Los personajes 10 o 12), no sé cómo la hubiera sentido en su momento, pero me identifiqué (hoy) con los planteos de los chicos, bah, con los de ella, que fue quien más habló. Yo me enamoraba a morir desde los 8 años, y digo ENAMORAR, con todas las letras y toda la carga del término. Como para renunciar a todo, como para dar la vida, como para pasar una eternidad tomados de la mano, como para desear envejecer mirando a los ojos. Incluso como para institucionalizarlo con el casamiento.
Eso era lo que sentía en esos momentos, no una interpretación actual de lo que pasaba en mi corazón en esos trances.
Esa sensación, ese estado en que todo te llega directo a los nervios, como si no tuvieras piel, y la más leve variación de un átomo te hacía crujir el tuétano, ese sentir la honestidad o la animadversión en las ondulaciones del aire y que atañía a todo, no sólo a lo que tuviera que ver con el enamoramiento, me embargó más o menos desde los 8 hasta los 18 años, y era una de las causas de ciertas reacciones mías, exajeradas, violentas a veces, pero nunca erradas en su origen. Aún hoy conservo esa sensibilidad para detectar afinidades e incompatibilidades, claro que he aprendido a manejar mis reacciones.
Por supuesto que siempre me enamoraba de quien no me daba bola, pero eso es cuestión aparte (loparió, qué manera de sufrir).
Pero me fui de tema (o no).
Me acuerdo que, como tenía mis momentos de ausencia o abstracción melancólica, mi vieja siempre me preguntaba qué me pasaba. Y yo siempre rehuía la respuesta. Hasta que un día (tendría 9 o 10 años) le conté que estaba enamorado de una chica.
La respuesta fue la obvia: no, querido, te gusta mucho, pero estar enamorado es otra cosa, vos no sabés qué es estar enamorado… Como si los adultos la tuviéramos tan clara (acoto yo ahora).
Y si algo siempre tuve clarísimo es eso: el AMOR, su potencia, su capacidad de dulzura y su eventual crueldad, su fuerza creadora y su luminosidad. Por supuesto que en mi niñez no tenía las palabras, pero si el concepto y, sobre todo, la sensación.
Volviendo a la película, mi única virtud musical es mi excelente memoria auditiva: silbé todos los temas de los Bee Gees, que hacía más de cuatro décadas que no escuchaba. Por supuesto que también me enamoré al son de sus canciones, allá en los 70, quevacé…
… por suerte aún recuerdo todas las sensaciones de esos años.
— DHB
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