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Dispersos por la vereda
en estratégica trama
acechan, fétido drama,
al caminante apurado
para empastarle el calzado,
sea caballero o dama.
Un señor muy atildado
de monóculo y leontina
saca a la joya canina
a soltar su intestinada
y se va, como si nada,
dejando el “boyo” en la esquina.
El paseador su jauría
pasea por la placita
sin levantar la caquita
pardusca y cinetológica.
Por más que sea “ecológica”
sigue siendo asquerosita.
La dama sale a trotar
con su perrito faldero
y nos deja en el sendero
el regalo matinal
como una ofrenda fecal
al ídolo mascotero.
También el galán pintón,
con su equipo de primera,
acompaña la carrera
de su bravío mastín,
quien aporta su “adoquín”
agachando la cadera.
Cual si volviera a la infancia,
uno juega a la rayuela:
uno brinca, esquiva ¡vuela!
intentando que el bodoque
nuestro zapato no toque
ni se nos pegue en la suela.
Cada baldosa una flor
de agrios y espesos vapores,
cada cuadra los “valores”
de los pichichos exhibe
y uno, indefenso, recibe
sus nauseabundos olores.
Por eso: por tu porfía
en cultivar mi rezongo
(que se escucha hasta en el Congo)
y tanto blando “chorizo”,
Buenos Aires te bautizo
La Capital del Sorongo.
— DHB
Letras inútiles, confusas, desorientadas, puercas, escandalosas… necesarias para quien las profiriera