OrquideAlucinadA

Simón

Llegamos después del anochecer, lleno ya el lugar,
y buscamos espacios para montar nuestras carpas;
luego nos sentamos y contemplamos las estrellas,
señalando aquellas que conocíamos de nombre,
para niños, un juego conocido de conectar
puntos en el recreo; las dibujábamos completamente
como aparecían a nuestros ojos, trazando líneas
con nuestros dedos en el aire—antes de encontrar
a Jesús hombre. No recuerdo si
después jugamos shax, pero la noche estaba plena
y un fuego lanzaba chispas hacia la oscuridad arriba.
Él estaba cerca, orando en algún lugar del parque:
uno lo advertía, casi se podría oler.
Y quizá jugamos shax ¿pero quién
puede recordar tal cosa? Nadie
iba a escapar del momento, tomado de
pergaminos y libretas con rostros de lápida,
y traído ante nosotros como un cordero del sacrificio.
Él estaba arrodillado cerca al silencio de la arboleda
y supimos que su sol iba a alzarse sobre Judea,
un reino extendido de aquí hasta el mar, sabíamos
que las oración terminaría cuando gritos de peregrinos
llegaban de lejos al advertir lo que iba
a ocurrir, y el tiempo era cierto
para que el carpintero revelara su cruz,
tallada, emparejada con garlopa, engrasada,
y mujeres mezclaban agua sal con hierbas
para el lavado de pies. Simón el negro
sólo estaba saliendo hacia la sinagoga, carne curada
y frutos secos en una bolsa en su cintura, por
un camino bordeado por hordas, esperando
con tableros de shax doblados bajo sus brazos.

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