Secciones
Copos de nieve solar,
minúsculos mongolfieros,
en su deriva de gracia
transitan los panaderos.
Montados en ondas leves,
cabalgando el suave aliento,
a su destino de brote
los va acompañando el viento.
Y en el azar de sus rutas
se distrae mi mirada
llevándome a un horizonte
de simpleza sublimada.
¡Ay, barquita que a los cielos
llevás tu grano viajero,
llevate mi corazón
como rojo panadero!
Y ondeando sobre los techos,
ignorante de alambradas,
discurriré con la brisa
entre tus hebras plateadas.
Quizás me prenda en el lomo
de algún animal urbano,
transparente polizón
en paisaje ciudadano.
O me pegue en el costado
de algún puma sigiloso
y lo acompañe en su acecho
¡mínimo copo furioso!
¡Llevame, chispa de nube,
por los caminos inciertos
de tu capricho ventoso,
por montes o por desiertos!
O me pierda en la distancia,
y en las espumas del río
siguiera su travesía
errante el corazón mío,
hasta secar esas plumas
tan pequeñas, tan ajenas,
y arraigare en la orillas
de unas lejanas arenas.
Allí quizá fructifique
en púrpuras liviandades
y se multipliquen versos
de espumosas veleidades.
¡Llevame a una playa fértil
donde crezca la palabra
con panaderil ventura
y allí eclosione y se abra!
Y otra vez alzando el vuelo,
esos frágiles navíos
del aire acaso le alcancen
uno de los versos míos.
Y que se pose en su mano,
y que lo arrime a su boca,
y que lo sople hacia el cielo
donde el verso se desboca.
Y en brillante algarabía,
ya satisfecho mi anhelo,
salpique gotas de sol
en la noche de su pelo.
¡Ay, panadero, llevame,
llevame a su tierna palma,
llevame a sus dulces labios
antes que se vuele mi alma!
— DHB
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