Secciones
La silla enmudece
bajo la cuadrícula del haz de la ventana.
Miríadas de duendes
en caótico orbitar de centellas diminutas,
como una desmembrada danza de diamantes,
intentan seducir su estático silencio
para desentrañar,
de a poco,
pero con la impudicia microscópica
e inevitable del polvo,
su nudo de secretos.
Silla,
ventana
y polvo iridisado:
trilogía semántica,
triángulo de implicancias,
recuerdos encriptados.
¿Quién, en alguna tarde de lloviznas,
se extasió, encuadrado
en el ángulo acogedor de su regazo,
ante ese árbol nimbado de neblina?
¿Qué madre de forzado insomnio
amamantó el acuciante reclamo de su niño?
¿Qué puntapié furioso la tumbó alguna noche
de impotencia y desamparo?
Pero la silla calla,
con cuatro garras se aferra a su mutismo
añorando, empecinada, su vegetal pasado.
Nada dice a las partículas curiosas
de las apresuaradas prendas
que, en noches de amor desesperado,
arrugadas,
impregnadas de almizcle,
sobre sus flacas formas arrojaron.
Nada de la contradictoria
calidez indiferente de aquel gato
de uñas incorregibles
- que tantas astillas le arrancaron -
que se estiró, perezoso,
para enroscarse luego
en una media luna tierna y tibia,
suave almohadón embigotado.
Ni del poeta ahogado
en su propio mar de inconclusiones,
corto de imaginación
o de vocabulario.
Impertérrita ante los copos
que, en giros amorosos, indagan en sus vetas
lo que saben que la silla está callando,
permanece hierática,
como una esfinge casera,
como un tótem cotidiano.
Nada de los temblores de llantos entrecortados,
de largas tardes de estudios,
de blandas incrustaciones de goma de mascar,
mates volcados,
esperas,
nada.
Silla,
ventana,
polvillo arremolinado:
misterio tripartito,
terna mínima de arcanos.
Luz,
sombra,
mensaje tácito.
— DHB
Letras inútiles, confusas, desorientadas, puercas, escandalosas… necesarias para quien las profiriera