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Porque es como nosotros (es decir, cómo sentimos el querer y no) todos atentamos contra el hombre espejo, ese personaje gris, con cara de nada, que camina por el borde de la acera, como un pucho apagado al viento. No lo miramos, no lo vemos, y , sin embargo, lo odiamos.
En las noches, en nuestras camas, partimos su cabeza con un hacha, cercenamos sus manos, licuamos su cerebro. Su sangre nos salpica y nos alegramos, nos sentimos vacunados: hemos exorcizado al demonio.
Al día siguiente amanecemos extenuados de alivio, vamos al baño, desayunamos, salimos a la calle llenos de optimismo, hasta que lo vemos, como siempre, por el borde, con su cara gris, su boca gris, sus manos grises, su traje gris, y nuestros puños se cierran.
Nos agazapamos tras un farol, esperando para dar el zarpazo, y cuando pasa a nuestro lado nos arrojamos a su cuello sedientos de redentora venganza. Pero atravesamos su materia y caemos con las manos vacías.
El hombre espejo se esfuma, está en la esquina y sigue caminando. Lo seguimos escondiéndonos en los zaguanes, con un ladrillo en la mano, pero se hace de noche y volvemos a casa.
Ya en la cama nos acosa una bruma gris, una bola o masa gelatinosa gris que nos envuelve y asfixia. En nuestros estertores vemos los ojos grises, la boca gris, las manos grises y nos despertamos con el corazón en la boca, con la frente, el cuello, la espalda empapados.
Salimos corriendo a comprar un revólver (el más grande) y nos plantamos en la calle apuntando al pecho del hombre espejo
-¡Ya sos nada, maldito! ¡pum! (y matamos una viejita).
A través del humo vemos la sonrisa socarrona en la que relucen los dientes grises.
Y así, con los brazos extendidos, nos arrebata un remolino negro que va arrancando nuestra corteza reluciente.
Como chapas de un viejo galpón se nos vuelan el rostro inteligente, los dientes brillantes, las manos de artista, los ojos luminosos.
Y, donde debería haber un esqueleto de pulido marfil, descubrimos una estopa fofa, húmeda.
Gris…
— DHB
Letras inútiles, confusas, desorientadas, puercas, escandalosas… necesarias para quien las profiriera