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En todas las noches de mis días
el viento despeina mis estrellas
encandiladas por soles ubicuos y cegantes
como recuerdos de vidas que no hube.
Me encandilan fantasmas danzarines
de tiempos remotos y olvidados
cuando los montes cantaban sus verdes oratorios
a orillas de ríos de voces y almas en progreso.
Solo
en un atemporal diluvio de espejos arrugados
remo guiando un bote entumecido
descascarado
hacia brumosos islotes de venturas sospechadas
marcan la ruta esas esferas
con pretensión de estrellas de diurna refulgencia
que alineadas como boyas me invitan un camino.
Se angosta su paralela confluencia
cayendo en horizontes de belleza incierta
e intuyo que en su vértice lejano
alza su cavernal bramido
la catarata de anhelos fragorosos.
Devuelve el horizonte restos de naufragios
fallidos intentos que estrellaron voluntades
contra la barrera equívoca y ladina
de una sensatez embaucadora.
Con un remo de plumas voy bogando
obstinado y presumido
queriendo alcanzar ese universo del que tal vez vine
alejándome sin premura pero con firmeza
de esta intemperie incongruente
con las irregulares aristas de mi alma.
La noche tiende su mano
como un viento amable y venturoso
todo se tiñe de cuervos acerados
susurran los torvos duendes del misterio
su habanera de batientes terciopelos
y en la estela de plata que se aguza
la silueta del loco en su chinchorro
mengua una inquieta conjetura.
— DHB
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