Letras inútiles, confusas, desorientadas, puercas, escandalosas... necesarias

OrquideAlucinadA

La primera palabra

—Manuel — dijo, con una voz pequeñita y apagada, mirando a un costado, como con timidez, como con picardía, como en secreto.
—¿Quién es? — pregunté yo, entre sorprendido y alegre, mientras se lo señalaba. Nunca había hablado, tal vez por la edad, tal vez por temor a llamar la atención, tal vez porque recién ahora entendía los mecanismos que articulaban sus pensamientos con su boca y su garganta.
Manuel estaba como a doscientos metros, en el lote de cebada, viniendo hacia nosotros.

—Manuel — volvió a decir, en el mismo tono y con la misma actitud.
Yo, feliz, lo acariciaba, le rascaba la cabeza. Hasta le di un beso.

Llegó José con su sonrisa afable de siempre, traía a su caballo de las riendas. Yo, entusiasmado pero con cautela, no fuera a deshacer el encanto del momento, volví a preguntar, para enseñarle el descubrimiento —¿Quién es? — señalando otra vez a Manuel que ya casi estaba con nosotros.
—Manuel — volvió a decir, esta vez con algo de verdadera timidez.
José y yo nos miramos con una sonrisa y empezamos a reírnos festejando.

Hasta unos minutos antes había estado corriendo por el campo, el cuerpo brilloso de sudor hacía resaltar su musculatura en cada movimiento, los ojos casi desaforados por la alegría de los brincos y las volteretas que daba. Era la expresión máxima de una feliz juventud.

Ya Manuel se nos arrimó sonriendo pero sin saber qué pasaba. Le palmeé el hombro mientras volvía preguntar —¿Quién es, quién vino? —
—Manuel —. Y los tres estallamos en carcajadas, ya que la alegría era mayor que la sorpresa.
Fuera de las series de televisión, era la primera vez que un caballo hablaba.

DHB
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