Letras inútiles, confusas, desorientadas, puercas, escandalosas... necesarias

OrquideAlucinadA

mis pruebas

(bolsillo/mis pruebas)

Ejemplo de Tabbox

Poesía

Señor de los Helechos

Profeta del Musgo,
tallador de verdines en espera,
escalador de hongos tiernos,
cazador de sombras aguachentas.

Jinete de oniscideas y lombrices,
me pierdo en el camino de la hormiga.

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Prosa

La primera palabra

—Manuel — dijo, con una voz pequeñita y apagada, mirando a un costado, como con timidez, como con picardía, como en secreto.
—¿Quién es? — pregunté yo, entre sorprendido y alegre, mientras se lo señalaba. Nunca había hablado, tal vez por la edad, tal vez por temor a llamar la atención, tal vez porque recién ahora entendía los mecanismos que articulaban sus pensamientos con su boca y su garganta.
Manuel estaba como a doscientos metros, en el lote de cebada, viniendo hacia nosotros.

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Humor

Desoda a la luna

Con su ojo enojadote
- tuerta, gris y macilenta -
a su cara de cascote
no le falta ningún brote
¡qué mejilla granujienta¡

Colgada de las alturas
como una prenda olvidada
las más feas criaturas
recorren las hendiduras
de su cara apolillada.

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Nubes a cuerda

Filosa realidad

El péndulo oscila
de un extremo al otro de la hipnosis
decapitando indiferencias
que
acostadas en hileras ordenadas
entregan la inercia de sus cuellos
a esa media luna de sonrisa centelleante

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Ocaso aplacó tus vapores agresivos
y una brisa a contramano
no alcanza a rizar tu epidermis aceitosa
cuyas lácteas lunecencias
ondulan, como boas ancestrales,
hacia un remoto origen de yemas optimistas.

Cinta de luto, aún más anochecida,
con una hebilla de plata que trae del recuerdo
orillas frescas y juncos estremecidos.

¡Pobrecito animal manso y apaleado!
En tu agónico reptar de pluviales movimientos
aún persiste la memoria del vergel y los jazmines.
Esta noche olvidás la ofensa suburbana
y brillás,
generosa guirnalda que se tiende

desde mi desazón al ojo ebúrneo
que nos mira discurrir conjuntamente
en un intento terco y obcecado
de mantener el cauce y la mirada.

Desde el puente,
tus reflejos de ameba iridiscente
estallan calmos, me dilatan, me contraen,
en un musical silencio de latidos apagados.

¡Contagiame la gracia
que, aún en los estertores subcutáneos de tu muerte,
le gritás a las ruinas fabriles de tu vera,
que, atónitas,
en su limbo lunar de grúas oxidadas,
no entienden (pobreza mineral)
que en tu lecho de barros venenosos
subyace el germen resistivo de tu vida!