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a mi hermano Raúl
Cada verano vos nos esperabas,
amiga de los verdes abanicos,
con tu abrazo de noche y humedades,
como a dos robinsones pueblerinos.
Y en la improvisada hamaca de los sueños
nos acunaban el viento y el rocío.
Allí la nueva noche abrigaba
la exploratoria sed adolescente
con tenues filtraciones estelares
entre tus grises brazos y el relente,
empapándonos de tácitos secretos,
como a frutos de una infancia a la intemperie.
¡Cómo extraño, hermano mío, aquellas noches!
Soledades compartidas entre ramas,
donde, con cables y correas viejas,
urdimos el recuerdo que hoy me llama.
En algún rincón pervive nuestra higuera
y desde ese paraje nos saluda el alba.
Quizás no existas más, árbol amigo,
el pueblo ha crecido y es posible
que la ignorancia te haya derribado
apagando la luz de lo que fuiste,
la antigua felicidad de dos hermanos
que en tu mudez de higuera no dijiste.
Y sin embargo estás, en mi memoria,
en la imagen que queda para siempre
estampada en los ojos del recuerdo:
dos muchachitos colgando del verde,
haciendo la noche bajo las estrellas,
soñando quién sabe qué mundo silvestre.
¡Cómo extraño, hermano mío, aquellas noches!
Soledades compartidas entre ramas,
donde, con cables y correas viejas,
urdimos el recuerdo que hoy me llama.
En algún rincón pervive nuestra higuera
y desde ese paraje nos saluda el alba.
— DHB
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Letras inútiles, confusas, desorientadas, puercas, escandalosas… necesarias para quien las profiriera