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La logia de los duendes citadinos

Selvas, montañas, ríos, mares y llanuras, todas las zonas rurales o salvajes tienen cientos de seres y entidades protectoras o agresivas, espíritus benignos o dañinos a los que se les atribuyen gracias o desgracias.

Generalmente quedan fuera de este ámbito mitológico o espiritual las grandes ciudades. Allí no hay Pombero, Cuero Vivo, Yaciyateré, Luz Mala, Uturunco o Coquena que enmarquen los misterios y prodigios que a diario suceden en esos conglomerados de concreto en los que la gente se hacina como las gallinas en los criaderos.

Tal vez ese exceso de población, esa cercanía agobiante, impide que la percepción se sensibilice, o tal vez sus habitantes acuerden un tácito pacto de silencio, o simplemente erijan un muro de piadosa ignorancia. Porque, muy al contrario de lo que pueda parecer, en los ardientes laberintos de cemento pulula una legión de geniecillos y duendes responsables de un sinnúmero de pequeñas y cotidianas circunstancias que, si nos parecen casuales o inherentes a la vida metropolitana, al punto de de que nuestra conciencia las ha despojado de todo misterio, invisibilizándolas, es porque son parte de una de las logias más secretas y exitosas que se conozcan. En realidad de las que no se conocen. Rige la estrategia fundamental de esta sociedad la conocida sentencia “El mayor éxito del diablo es habernos convencido de que no existe”.

Y uno transita su existencia urbana en un profiláctico desconocimiento.

Muy pocos sospechan que hay algo más allá de lo que vemos, pero prefieren un seguro silencio que les evite posibles desgracias vengativas. Y sólo un selecto e ínfimo grupo de personas conocen lo que subyace detrás de lo que nuestros ciegos ojos pueden ver. Saben perfectamente quiénes se mueven en los subsuelos de la realidad aparente.

Contrariamente a lo que nuestros preconceptos condicionados por una educación dirigida en ese sentido nos haría suponer, no se trata de eruditos, políticos, sacerdotes o militares. Estas personas, conocedoras de ese submundo que domina ciertas actitudes y acaeceres para nada fortuitos, están siempre al margen del sistema. Esa marginalidad les da la posibilidad de observar y estudiar toda esa serie de fenómenos que nosotros, el común de la gente, no somos capaces de apreciar y menos aún de comprender. Y, a su vez, los preserva de la contaminación cognitiva.

Los pueden ver acampando en estaciones de trenes, en los portales de las iglesias, debajo de autopistas y puentes, entre cajas de cartón, destartalados carritos de supermercados, colchones viejos, mantas astrosas y perros mutantes.

Ellos mantienen (o han recuperado) el estado tribal, el respirar silvestre y una actitud despojada, eremítica, en los que rebotan los dardos de la urbanidad, las anestesiantes ondas con que el vidrio y el cemento anulan nuestra capacidad de comprensión.

Ellos saben.

Yo, que suelo navegar en los mares de la ambivalencia, la dicotomía y la multiplicidad, a veces hago puerto en las costas de la civilización, y otras atraco en los muelles silvestres de la autenticidad, que puede ser hospitalaria u hostil según de dónde soplen los vientos del alma. Por eso, al ser conocido en ambas riberas, me he granjeado cierta confianza de algunos de los custodios de esos saberes recónditos y subrepticios. En escalonadas conversaciones pude catalogar un manojo de los tantos entes que modifican y coloran pequeños aspectos de nuestra chata cotidianeidad.

He aquí algunos de los personajes que estos hieráticos y hoscos sabios me han presentado.

EL CACOBLASTER

Es uno de los que más se manifiesta, dejando los pestilentes testimonios de su accionar ladino en forma de pardos y humeantes montoncitos en veredas y plazas.

Él siembra sus arcillosas trampas para hacer resbalar a los incautos peatones, o para hacerlos quedar en ridículo en reuniones de consorcio, iglesias o ágapes de cualquier índole, mediante sus apestosas pegatinas.

Siempre llevan culpa de sus mañas los perros y sus cuidadosos dueños, pero ahora sabemos su maléfico origen.

FONOPRIO Y CELUTÓN

Dos caras de la misma moneda, estos antitéticos duendes conviven en los sustratos del entorno de los usuarios de teléfonos celulares.

Fonoprio atrapa sus mentes, los convierte en zombies que caminan con la cabeza gacha y el brazo levantado a la altura del mentón, donde portan el objeto de su hipnotismo. O en conductores de vehículos peligrosamente inclinados hacia la mano que sostiene el aparato. También en trenes o autobuses se los ve en trance religioso, inclinados ante el ídolo rectangular. Fonoprio diluye su atención e interrumpe conversaciones con timbres y melodías tontas. Pocos escapan a los efectos nocivos de su magia.

Celutón, por su parte, suele proteger con un alto grado de incomprensible éxito a quienes, obnubilados por las artes de su malévolo socio, cruzan calles, vías de trenes, bajan escaleras, conducen automóviles, motos y bicicletas con la cabeza pegada al artefacto, ausentes de toda la realidad circundante; evitando que caigan en pozos o que un vehículo los lleve sin escalas a un cielo de pantallas táctiles y pájaros enojados por los salpicones de sangre.

MBOTÉ-YÔ Y BOCINANTE

Estas dos entidades son complementarias y persiguen el mismo fin ulterior: enloquecer a los ya enloquecidos conductores.

Por un lado Mboté-Yô aumenta el egocentrismo, produce exceso de adrenalina y hace transpirar litros de quesecagueelotrina, impulsándolos a adelantarse en semáforos con luz amarilla, quedando inevitablemente atascados en la bocacalle, impidiendo la circulación en cualquier sentido y dirección, obstruyendo las calles transversales.

Por su parte, Bocinante toma posesión del brazo accionador de la bocina (o claxon) haciendo pulsar con vehemencia e iteración el chillón artefacto, incrementando la presión cerebral de todo vertebrado que circule en las inmediaciones.

Estas dos zarigüeyas de la mitología urbana tienen más éxito en avenidas y autopistas más transitadas, logrando congestionamientos apocalípticos.

También influyen en padres y madres que detienen sus coches en doble y triple fila en las entradas de los colegios cuando depositan o retiran a sus cachorros. Y en los que desesperadamente desean trasponer esa barrera.

Y en ese muladar bipolar de prepotencia e impaciencia, ellos chapotean disfrutando a lo chancho.

PLASTICIDAD DESCARTABLE

Más que un ente es una fuerza, una onda volitiva que impulsa a la gente a comprar, consumir, expender y envasar todo en contenedores y envolturas descartables, de las cuales un 99,9% son de material plástico.

Esa misma fuerza, en una segunda instancia de su accionar, hace que esos elementos sean expulsados de las bolsas de residuos y de los contenedores municipales y se desparramen en calles y cunetas a la espera de una lluvia que los arrastre a las bocas de tormenta para provocar molestos anegamientos.

También interfiere en las sinapsis neuronales de los funcionarios, impidiéndoles desarrollar alternativas biodegradables o sustentables para los envases.

DOMINGUÍN

Este simpático nombre apela a un duende nada simpático, manipulador de los famosos “domingueros”. Son los conductores y peatones que, cual si estuvieran en plena feria dominical, se trasladan a paso de tortuga tetraplégica ocupando todo el carril o toda la vereda, impidiendo el avance de los demás, sin necesidad alguna de tal lentitud. Perverso duende este Dominguín.

Del GARGONTE ya he hablado en un involuntario y extemporáneo adelanto de esta mítica fauna que nos acecha y ampara en la selva de cemento.

Por el momento es toda la información que he podido recoger. Reitero que se trata de una de las logias más cerradas y esquivas que existe y el temor, la reticencia o simplemente el aislamiento preventivo de mis fuentes, hacen imposible un conocimiento más cabal y profundo de ese ecosistema supra-real en el que nos movemos, nadando en un mar de protectora ignorancia.

Si usted, caro lector, posee información adicional o conoce otros personajes ocultos a los ojos de los mortales de a pie, la humanidad agradecerá el gesto solidario de compartirla con nosotros.

Que lo sepa el mundo: NO ESTAMOS SOLOS.

¡R'LYEH!

DHB