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En la vertical del risco, a mitad de camino entre el lecho rocoso y la bóveda nocturna, acantilando titilantes misterios, se observa una mínima construcción, una morada habitada por quién sabe qué ser cuyas ensoñaciones dibujan en la esfera celeste constelaciones de deseos.
Brilla en el cuenco de piedra como un corazón latiente y cada pulsación es un sacudir del aire en concéntricas evoluciones que repercuten en el pecho de la tierra.
Vibran árboles y rocas, vibran los cauces de los ríos y el plumajes de las aves, vibran el pelaje de las fieras y la piel erizada de las gentes.
Y es una subcutánea sensación indefinida, intangible, improbable, que llena las almas y las gargantas, que expande el pecho e impulsa voluntades hacia un camino de esperanzas.
Símbolo, tótem, acertijo, dedo que señala…
Allí, escondida en las alturas, es un signo de interrogación con infinitas respuestas.
— DHB
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Letras inútiles, confusas, desorientadas, puercas, escandalosas… necesarias para quien las profiriera