Letras inútiles, confusas, desorientadas, puercas, escandalosas... necesarias

OrquideAlucinadA

Savia

Me acomodo en mi escritorio, frente al blanco brillante de la pantalla, intentando un inicio.

La presuntuosa marea de mi mente comienza a esbozar las sabánicas orillas de un bosque, con sus terciopelos y sus matas, el lomo sugerido de alguna bestia, los pequeños matorrales que orlan la verde falda de la espesura inminente.

Poco a poco se van irguiendo leñosos habitantes cada vez más enmarañados, más altos, más oscuros. Voy entrando lentamente en sus caóticos túneles sobrecogido por las abigarradas grietas de las cortezas, por los plumosos aleteos de los helechos, por el sonido ahogado de mis pisadas en esa alfombra esponjosa pletórica de detritos húmedos, vibrantes de vida oculta y de vida en potencia.

Las sombras acribilladas por la intermitencia de la luz sugieren estelares conflagraciones encapsuladas en un domo misterioso donde se cuecen las turbulentas ansias de lo duradero, de lo por venir.

Los susurros, los chasquidos, los aleteos invisibles, los espaciados chillidos y graznidos (y los silencios), hipnotizan mis ávidos sentidos desorientando mi azaroso derrotero. Porque, si bien mi camino está guiado por las ramificadas olas del albur, voy perdiendo los rastros del pasado.

Me adentro en ese vientre de presagios umbríos y musgosos con una mezcla de temor, deseo y fascinación.

Paso a paso, asombro a asombro, capa a capa, voy perdiendo esa consistencia ósea y carnal que, hasta hace un instante, me daba la consciencia animal de ser humano y empiezo a sentir en mi piel, debajo de ella, el hormigueo propio de ese universo primordial cuya antigua existencia, su antigua sabiduría de eones anteriores a cualquier atisbo pensamiento o ciencia, empequeñece toda nuestra petulancia, todo nuestro raquítico orgullo, toda nuestra ridícula pretensión de reinado.

Mi habitación y todo ese universo ficticio desaparecen.

Y ya me muevo lento, con la parsimonia de los siglos, ya respiro con toda la superficie de mi cuerpo, ya mis órganos son pequeños filamentos conductores de ese disperso río que absorbo desde el suelo, mi savia.

DHB
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