Secciones
Ellos se encontraban cada tanto, en el impreciso, difuso ambiente del fósforo nocturno, cobijados (al principio) por la incertidumbre y el anonimato, como en un baile de máscaras, como quien conversa pared por medio con un interlocutor ocasional.
Cuando el tiempo aún no era tiempo y las lenguas no tenían noción de los sonidos, ya tronaba en las oscuras planicies primordiales el pesado galope de los laudanocerontes. Con ciego empecinamiento embestían nubes de polvo cósmico y perseguían rizos de vientos caóticos tratando de desgarrar los velos de las auroras. Siempre de frente y sin callar (en su mudo lenguaje) ponían el testuz a lo que viniera. Así fue que su dura epidermis comenzó a tatuarse con diversos surcos y relieves que fueron conformando figuras y signos en los que podían leerse los distintos pasajes de su historia.
—Manuel — dijo, con una voz pequeñita y apagada, mirando a un costado, como con timidez, como con picardía, como en secreto.
—¿Quién es? — pregunté yo, entre sorprendido y alegre, mientras se lo señalaba. Nunca había hablado, tal vez por la edad, tal vez por temor a llamar la atención, tal vez porque recién ahora entendía los mecanismos que articulaban sus pensamientos con su boca y su garganta.
Manuel estaba como a doscientos metros, en el lote de cebada, viniendo hacia nosotros.
Me acomodo en mi escritorio, frente al blanco brillante de la pantalla, intentando un inicio.
La presuntuosa marea de mi mente comienza a esbozar las sabánicas orillas de un bosque, con sus terciopelos y sus matas, el lomo sugerido de alguna bestia, los pequeños matorrales que orlan la verde falda de la espesura inminente.
Como sabemos, la Teoría de las Cuerdas (o Conjetura Yepes-Casals-Oistraj ampliada) empezó a formularse en 1974, cuando Jöel Scherk y John Schwuarz fueron expulsados del quinteto de vientos La Soplacaños, acusados de intento de infiltración instrumental por backdoor (historia que será contada, o no, en su debido momento).
Letras inútiles, confusas, desorientadas, puercas, escandalosas… necesarias para quien las profiriera